Avifauna asociada a cinco cacaotales bajo sombra en una zona de la región norte de Chiapas.
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Resumen
La biodiversidad presente en una región es el resultado de constantes patrones
de cambio y una serie de procesos ecológicos y evolutivos en un ámbito espacio
temporal muy amplio (Dirzo y Raven 2003). Existen estudios en los que es
evidente la relación directa y lineal entre la población humana y el impacto sobre
los ecosistemas al menos de manera parcial (Hinrichsen y Robey 2000; UNEP
2002), en este contexto la presencia humana se ha manifestado como un factor
de cambio importante para los ecosistemas y su diversidad, a través de la
destrucción, fragmentación y simplificación de hábitats naturales que resulta de
vertiginosos cambios en el uso del suelo, para cumplir con el propósito de atender
las demandas de una población creciente, (Challenger y Dirzo 2009). Con lo
anterior, la detección de indicadores de perturbación a la biodiversidad a través de
cambios que van desde nivel genético hasta el paisajístico (Dirzo y Raven 2003,
Myers et al. 2000), resulta importante sobre todo en regiones como México por la
multiplicidad de sus ecosistemas y formas en que se manifiesta la biodiversidad
(Challenger y Dirzo 2009).
En sentido opuesto a los impactos negativos sobre la biodiversidad, surgen
estrategias para detenerlos mediante acciones prácticas como, la inclusión y
mejoramiento de diferentes programas enfocados a la reforestación, conservación
y restauración de suelos, el fomento de sistemas agroforestales, y algunos más
orientados al uso sustentable de los ecosistemas, pagos por servicios
ambientales, establecimiento de Áreas Naturales Protegidas (ANP´s) y corredores
biológicos (Conanp 2005a, Primack et al. 2001).
En este sentido Beer (2003), menciona que los Sistemas Agroforestales (SAF‟s)
no pueden proveer exactamente los mismos recursos que proveen los bosques
originales, no obstante se postulan como una herramienta complementaria a los
remanentes de bosques, y deberían ser incorporados en el manejo de los paisajes fragmentados, ya que estos sistemas proveen hábitats y recursos a una
variedad de especies de animales y plantas, al mantener la conectividad en el
paisaje provocando que los impactos asociados al borde resultantes de la
fragmentación sean menos severos para las especies forestales (Somarriba y
Beer, 1999; Guiracocha et al., 2001; Suatunce 2002)
Existen diferentes tipos de SAF‟s, que van desde sistemas de monocultivo, con
vegetación muy diversificada, sistemas de solo herbáceas, herbáceas con
árboles, anuales, perennes, extensivos, de pequeñas escala, hasta intensivos y
tradicionales, las diferencias que median entre ellos influyen en su capacidad para
conservar la biodiversidad (Guiracocha, 2000). Los SAF‟s conocidos como
tradicionales, en los que los cultivos están asociados con vegetación arbórea
logran albergar una diversidad ecológica muy alta en cuanto a especies,
estructura, función, arreglo vertical y horizontal (Altieri 1995; Power y Flecker
1998). Por lo anterior, se considera que el grado en el que los agroecosistemas
pueden contribuir a los esfuerzos de conservación dependerá básicamente de la
diversidad florística y estructural, además de la intensidad del manejo. No
obstante Nair (1997), menciona que los beneficios de los SAF‟s no se reducen a
lo mencionado, también son importantes por contribuir fortalecer o recuperar la
función de los servicios ambientales como el mejoramiento del microclima y la
conservación del suelo, además de que generan recursos alimentarios y
económicos a los propietarios de los cultivos.
El cacao (Theobroma cacao) es un árbol silvestre de porte mediano que se
desarrolla en los estratos bajos de los bosques tropicales donde predominan las
condiciones de calor, humedad y sombra. Cuando se cultiva de forma tradicional
se establecen bajo arboles de sombra, por lo que son florísticamente diversos y
estructuralmente complejos, el manejo sanitario y nutricional es muy limitado, por
lo que se consideran elementos claves para la conservación funcionando como
zonas de amortiguamiento y conexión entre áreas fragmentadas, otorgando
hábitat y recursos a una gran cantidad de especies de plantas y animales como aves, mamíferos, invertebrados y epifitas (Greenberg y Center, 1998; Parrish et
al. 1999; Somarriba y Beer, 1999). La importancia del cacao (T. cacao) como
producto fuente, es significativa en el mercado internacional en torno a la
comercialización de productos elaborados y semi-elaborados donde destaca la
producción del chocolate, un producto de importancia cultural y económica a nivel
mundial.
Las aves representan un grupo de amplio interés científico debido a la diversidad
de sus formas y a su complicada e interesante conducta; no obstante, la facilidad
para su observación permite que sea uno de los grupos extensamente estudiados
y su conocimiento ha permitido además de la generación de información sobre
procesos ecológicos y biogeográficos, describir aproximadamente 10,000
especies (Navarro y Benítez, 1993) que se encuentran ampliamente distribuidas
en las diferentes regiones. La importancia de este grupo se vincula con las
funciones que desempeñan en la dinámica de los ecosistemas donde forman
parte de los factores que ayudan a mantener un equilibrio dentro de este, al
formar parte de ciertos procesos biológicos que resultan de las interacciones entre
especies, por ejemplo, la polinización de las plantas (Kearns et al., 1998); también
son agentes dispersores de semillas (Amico y Aizen, 2005; Hernández, 2011);
regulan poblaciones de invertebrados y mamíferos pequeños especialmente
roedores que se han convertido en plagas (Fuentes et al., 2009; López-Ricardo y
Borroto-Páez, 2012), cumplen con una función sanitaria, como parte de la cadena
trófica representan una fuente alimenticia para reptiles y mamíferos (Sosa, 2003)
y en algunos casos la presencia de poblaciones de aves saludables y diversas
constituyen un excelente indicador de la calidad del ecosistema que habitan
(Milesi et al., 2002; Figuerola y Green, 2003).
Además de lo anterior, este grupo es conocido por tener atributos, como la
capacidad de vuelo, amplia diversidad trófica, además de su plasticidad ambiental
para tolerar condiciones de perturbación antrópica (Patterson et al. 2003). La
distribución y abundancia de las aves no es un subconjunto al azar de la avifauna regional; Hutto (1985) menciona que la misma resulta de la influencia de factores
tanto históricos como ecológicos. De las 1,160 especies de aves registradas a
nivel nacional, el 70% son residentes y 30% migratorias (visitantes de invierno, de
verano y transitorias) (Rojas-Soto et al., 2009); siendo los estados con mayor
riqueza Oaxaca (736 especies) y Veracruz (703 especies), y posteriormente se
ubica a Chiapas con 656 especies (Rangel-Salazar et al., 2005; Montejo y
McAndrews, 2006)
Los estudios de la avifauna en Chiapas se han enfocado en especies cuyas
poblaciones son muy pequeñas y necesitan acciones de manejo inmediato para
su persistencia como el quetzal (Pharomacrus moccino) (Ávila-Hernández et al.,
1991; Powell y Bjork, 1995) otros más se restringen a conocer la estructura de los
ensambles en áreas naturales protegidas, relictos de selva y bosques
conservados (González-García 1993; Ramírez-Albores, 2010; Pineda, 2012). Sin
embargo, a partir de los años 90‟s se modificó esta tendencia, resaltando el papel
de la matriz como un complemento para la conservación (Estrada et al., 1997;
Schröth y Harvey, 2007). Son pocos los estudios en sistemas agroforestales
dirigidos a conocer su importancia en la conservación de las aves en los paisajes
fragmentados de Chiapas, y el sistema mejor estudiado es el cafetal donde la
riqueza de aves varía de 79 a 110 especies, incluyendo especies migratorias,
residentes y enlistadas en alguna categoría de riesgo (e.g. Greenberg et al.,
1997a; Tejeda y Sutherland, 2004; Altamirano et al., 2011).
En Chiapas el cacao (T. cacao) es cultivado en cuatro regiones agroeconómicas:
Soconusco, centro, selva y norte, en esta última se incluyen los municipios de
Ostuacán, Juárez, Pichucalco, Ixtacomitán, entre otros, cubriendo una superficie
cultivada de 7,949 hectáreas de las 22,636 hectáreas reportadas para el estado.
Sin embargo, a consecuencia de una serie de factores adversos que han limitado
su desarrollo (alta incidencia de enfermedades y plagas, plantaciones en su
mayoría viejas y poco productivas, escasa asistencia técnica, comercialización de
materia prima con poco valor agregado, reducidas unidades de producción (3 has.-50 has.), los cacaotales se reflejan como un negocio poco rentable. Ante
este panorama, las plantaciones de cacao (T. cacao) en Chiapas van
desapareciendo, algunas más han sido abandonadas, cediendo el lugar a
monocultivos en especial de especies introducidas (Palma africana, Jatropha sp. y
pastizales) poco compatibles con la biodiversidad (CSPCACAO, 2010); por tal
situación y debido a que en los cinco últimos años la producción de grano ha sido
muy baja en el estado y se ha incrementado los precios de compra, la actividad
cacaotera se está reactivando al incrementar el interés de los productores para
mejorar sus plantaciones y sus rendimientos, captando a su vez la atención de
instituciones como el INIFAP y la UNACH que pretenden apoyar con programas
de investigación y desarrollo tecnológico, reconociendo la importancia económica
del cultivo y el hecho de que la permanencia de las plantaciones brindan un
servicio directo a la biodiversidad (CSPCACAO, 2012). En torno a lo anterior, los
resultados de Parrish et al. (1999), demostraron que los hábitats de cacao pueden
contener una alta riqueza de aves superando aquella de los bosques, debido a
que los agroecosistemas de cacao de sombra pueden poseer características
estructurales tanto del bosque como de hábitats en estado temprano de sucesión
generando heterogeneidad ambiental, permitiendo que muchas más especies de
aves encuentren refugio adecuado en los cacaotales.
Finalmente, se ha sugerido que la estructura del hábitat es uno de los factores
ecológicos más importantes por su efecto en comunidades de aves, usualmente
es medida a través de valores que describen la estructura vegetal y la
disponibilidad del alimento (Wolda, 1990); por lo que se infiere que los cambios de
la estructura y composición de la vegetación pueden condicionar por ejemplo, las
tácticas de forrajeo utilizadas por las aves y a su vez modificar la disponibilidad de
recursos alimenticios y de nidificación, permitiendo la presencia de especies
residentes, migratorias, o con algún grado de especificidad en el uso de recursos,
lo cual es diferencial entre las especies, de tal modo que algunas pueden ser
consideradas como especialistas o generalistas en el uso del hábitat (Hutto 1985,
Wiens, 1992). Así el uso de hábitat de las aves especialistas de bosques tropicales fragmentados se restringen al interior de parches conservados por lo
que la población de estas especies se ve afectada por la dinámica de diversos
cambios en el área de hábitat original puesto que las condiciones bióticas y
abióticas son modificadas (Pineda, 2012) generando perdida en la riqueza de la
comunidad local o regional; por el contrario, la capacidad de uso de hábitat y la
plasticidad de uso de los recursos propicia que las especies generalistas
contribuyan a incrementar la riqueza local y regional (Julliard et al., 2006), debido
a la capacidad de desplazamiento a través del paisaje para encontrar los recursos
que satisfacen sus requerimientos (Graham y Blake, 2001) o en su defecto utilizar
los recursos disponibles en los hábitats del entorno heterogéneo inmediato
(Şekercioĝlu et al. 2002).
En este sentido, las comunidades de aves logran establecer grupos con múltiples
funciones para el mantenimiento de los ecosistemas (Tscharntfe et al., 2008);
estos grupos se definen bajo diferentes criterios, algunos de ellos son la afinidad
taxonómica, conductas de forrajeo, uso diferencial en el espacio y tiempo de la
estratificación vertical u horizontal de la vegetación, o el nivel trófico; haciendo
hincapié en este último, el conglomerado de especies que logran aprovechar un
mismo recurso alimenticio en proporciones similares integra lo que se conoce
como gremio alimenticio (Corcuera, 2001), y la disponibilidad y abundancia de
recursos alimenticios determina en gran medida la persistencia de ensambles
complejos de aves en un sitio (Lambert, 1992).
La alimentación de las aves está estrechamente relacionada con la vegetación,
misma que provee por ejemplo, frutos, semillas, masa foliar como alimento para
diferentes gremios, los huéspedes de las plantas como artrópodos, también son
recursos básicos de alimentación para el gremio Insectívoro, y la macrofauna
asociada a la cobertura vegetal también forma parte de la dieta de los gremios,
rapaces y carroñeros. Por lo anterior, se ha evaluado y sugerido que la densidad
de árboles, altura arbórea, cobertura herbácea y de dosel son algunas de las
características de la vegetación que facilitan la búsqueda y ubicación de alimento para algunas especies y también la dificultan para otras, influyendo por ejemplo,
en la capacidad de forrajeo de las aves, sitios de percha para detectar el alimento,
etc. Sin embargo la respuesta de cada gremio a través de la riqueza difiere en
función de las características ecológicas como comportamiento de forrajeo,
adaptabilidad a la dieta o sensibilidad a condiciones microclimáticas (Sobrino,
2011). Wong (1986) observó que la disponibilidad de alimento se refleja en el
número de individuos en cada gremio y el número de especies en cada gremio es
un indicio de la forma en que se distribuyen los recursos entre las especies.
Considerando que los hábitats sin perturbación se reducen cada vez más, resulta
importante analizar la capacidad de conservar comunidades de aves en otros
componentes del paisaje como las plantaciones de cacao, conociendo la
composición de la estructura de estos ensambles, incluyendo especies residentes
y migratorias además de distinguir los diferentes gremios alimenticios que
subsisten con base en una posible relación con la estructura de la vegetación. Si
bien, los cacaotales tienden a mejorar el paisaje para mantener poblaciones de
aves, estos no pueden sustituir a bosques primarios ya que las especies que
albergan ambos ecosistemas no son exactamente las mismas, es por esto, que
Parrish et al. (1999) sugieren, basándose en estudios de aves, entrevistas e
información generada por productores, no iniciar plantaciones de cacao en áreas
de bosque natural intacto; es preferible utilizar áreas de bosque degradado,
paisajes netamente agrícolas o rehabilitar cacaotales abandonados.